Vulcano es uno de los dioses más entrañables de la mitología clásica, y su historia, como ocurre con cada mito, cuenta una y mil cosas. Podemos acercarnos a él como a un cuento: un ser físicamente muy desfavorecido desea convertirse en esposo de una bella mujer. Podemos igualmente considerarlo una reflexión sobre la superficialidad que inunda el mundo actual: ¿todo sería igual si fuéramos por la vida con los ojos vendados? Incluso podemos pensar que es el hermoso papel donde se envuelve una enseñanza más profunda y dolorosa: solo somos trozos de tiempo andando por un camino trazado. Resulta realmente difícil hacer la sipnosis de una obra cuyo argumento, temática, enseñanza y magia se encuentran en el interior de cada espectador e íntimamente ligado a las experiencias de su vida. Pero, hasta ahora, cada vez que me preguntan, consciente del peligro que eso conlleva, prefiero partir de nuestra propia conclusión a aquellas preguntas y reflexiones que, durante el trabajo, Vulcano planteó a todo el equipo de Samarkanda. Para nosotros ésta no es la historia de un dios, sino de tres: Marte, Venus y Vulcano, que a su vez encarnan dentro de sí grandes problemas de la humanidad, y no de la humanidad de antes, ni de ahora, ni siquiera de una humanidad futura.